viernes, 19 de junio de 2009

Aporías electorales

Supóngase que Juan Schiaretti ganó las elecciones a gobernador de la provincia de Córdoba. Con ello, supóngase que el candidato opositor Luis Juez jamás tuvo motivos para pensar que hubo fraude y que las actas electorales no fueron fraguadas.

La situación en Córdoba parecería plantear un problema de mayor perdurabilidad que el que se debate entre juecistas y pejotistas, y que se dirige al propio sistema electoral de la provincia, en el que es suficiente alcanzar una diferencia porcentual mínima para asumir un cargo.

Acaso la consecuencia menos conflictiva de un sistema de este tipo sea la sospecha de fraude que puede despertar. Pero si la incertidumbre sobre la legitimidad de las elecciones puede encontrar un fin –y por eso podría ser menos problemática- o bien en la confianza que el pueblo deposita en los escrutinios, o bien, como ahora lo pide el Frente Cívico y Social de Juez, abriendo las urnas, un segundo problema parecería ser indecidible.

¿Qué grado de representación tiene un gobernador que ganó con el 37 por ciento de los sufragios? De ninguna manera la pregunta niega que, de hecho, la tenga pero, en ese caso, la respuesta debería pensarse en la medida en que sólo una minoría es representada. Esto supone, por un lado, la ya conocida concentración del poder en manos de unos pocos. Pero, también, la dificultad para gobernar una provincia en la que el segundo candidato sólo obtuvo un uno por ciento menos que el ganador.

Sea, pues, que se tome la situación política que atraviesa la provincia como premisa, sea que se opte por los supuestos arriba mencionados, infiérase que, a partir de diciembre, el 50 por ciento de la población cordobesa será gobernada por un candidato que poco la representa.

Opinión realizada en 2007.

miércoles, 3 de junio de 2009

Escenarios “aptos para todo público”

“Las personas grandes me desalentaron de mi carrera de pintor cuando tenía seis años”, relata el aviador de El Principito, de Antoine Saint-Exupéry. Pero si las posibilidades de elección artísticas que tiene el personaje en el libro están limitadas por ese mundo de adultos, las de los chicos con discapacidades sensoriales parecen estarlo aún más, debido, por un lado, a la falta de espacios que incentiven el desarrollo de sus capacidades y, por otro, al hincapié puesto sobre aquello que no pueden hacer.

“Los niños no tienen prejuicios; ven las diferencias con otros ojos”, opina Gabriela Lima Chaparro, fundadora del grupo Señas, Expresión y Movimiento (SEM). Integrado por intérpretes, hablantes nativos de la Lengua de Señas Argentina (LSA), y diferentes profesionales que trabajan, hace más de diez años, en la integración de los chicos sordos, SEM estrenó, en 2006, la obra El Principito realizada en LSA, pero con audio en simultáneo.

Marta Lestón, vicedirectora de la Escuela de Educación Especial Nº 33 Santa Cecilia, afirma que “muchos de los espacios recreativos que tienen los chicos ciegos se programan desde el colegio”. Entre las actividades culturales, por ejemplo, el Planetario de Buenos Aires ofrece funciones especiales con un mapa táctil del cielo; la Biblioteca Argentina para Ciegos (BAC) cuenta con una Juegoteca; y algunos museos, como el MALBA y el Sívori, tienen reproducciones de obras que se pueden tocar.

No obstante, a la hora de encontrar un espectáculo pensado para discapacitados sensoriales pero que, además, sea “apto para todo público”, como expresa Lima Chaparro, las ofertas son escasas. Según el coordinador del Programa de Integración Cultural del gobierno de la ciudad de Buenos Aires, “no hay mucha demanda”. Lestón, por su parte, advierte: “Crear espacios recreativos específicos para ciegos contribuye a aislarlos cada vez más”.

Quizás, sin embargo, lo que hace falta es pensar la inserción de chicos discapacitados en el escenario cultural a partir del incentivo de sus propias capacidades o, como dice Lima Chaparro, “no pedirle al sordo que cante”. En este sentido, Sandra Martínez, de SEM, manifiesta que la idea de que El Principito sea bilingüe se basa en que “ambas comunidades (oyente y sorda) puedan verlo sin quedarse afuera”. En un ambiente donde el sonido no sale del escenario, la obra logra que el cuerpo se transforme en protagonista y el silencioso lenguaje, en guía. “Rompimos con el intérprete que juega al borde del escenario”, enfatiza Lima Chaparro, y explica que así, el sordo presta total atención a la escena, lo que no ocurre cuando se emplea una traducción.

“Hay que empezar por preguntarle a las personas qué necesitan”, sostiene Covián. De la misma manera, a pesar de que la obra realizada por Lima Chaparro y Martínez tuvo varias funciones en teatros, salones de fiestas y colegios de Buenos Aires y Mendoza, durante 2006 y 2007, las autoras coinciden: “Los lugares a los que realmente debemos ir son las escuelas”.

Nota realizada en 2007.