jueves, 14 de mayo de 2009

La ciudad y sus monumentos

Tal vez los monumentos no hagan otra cosa que reflejar cierto aspecto de la historia argentina pero los paisajes que a veces parecen “casi invisibles de habituales” pueden resultar sorprendentes, y hasta atractivos, si se mira lo que hay detrás de ellos. ¿Cuántas veces alguien se preguntó por qué la Torre de los Ingleses –hoy llamada Monumental- está enfrentada a las placas que conmemoran a los caídos en la Guerra de Malvinas, o cuál es la historia que esconde la construcción del edificio Kavanagh? Quizás la respuesta sólo sea una vieja historia de caudillos.

Dos países enfrentados
El 18 de septiembre de 1909, el Congreso de la Nación promulgó una ley por la cual aceptaba el ofrecimiento de los residentes británicos de levantar una columna monumental en conmemoración del Centenario de la Revolución de Mayo. Inaugurada siete años después, la antigua Torre de los Ingleses se sitúa en la Plazoleta Fuerza Aérea Argentina. Resulta llamativo el enfrentamiento que supone la ubicación de las 25 placas A los caídos en la gesta de las islas Malvinas y Atlántico Sur que se dejan ver por una de las entradas a la Plaza General San Martín y que se separan de la Torre Monumental por la Avenida Libertador.
Según una granadero que custodia el monumento construido durante la primera presidencia de Carlos Saúl Menem, la razón por la cual las placas fueron puestas en esa plaza se relaciona con que el General San Martín tenía su cuartel en ese lugar. Pero, ¿qué puede querer representar este hecho? ¿Hay alguna relación entre la liberación que llevó a cabo el llamado Padre de la Patria y la guerra contra los ingleses para lograr que las Malvinas siguieran siendo territorio argentino? Según los excombatientes, el monumento que ellos llaman Cenotafio fue construido en ese lugar con el único fin de enfrentar esa torre obsequiada por los ingleses.

La puja entre dos mujeres
Hay una leyenda que dice que el edificio Kavanagh de Florida y San Martín fue construido para obstaculizar la visión de la Basílica del Santísimo Sacramento desde el actual Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, donde, a principios del siglo XX, residía la familia Anchorena, entre la cual Mercedes Castellanos había sido la que había mandado a construir la Iglesia. Según cuenta el mito, uno de los de su familia se enamoró de Corina Kavanagh, persona ajena al círculo aristocrático, lo que hizo que Mercedes no aceptara el romance. La muchacha, asegura una vecina del barrio de Retiro, “decidió una venganza arquitectónica”: ordenó la construcción de una edificio cuyo único requisito era que impidiera la vista desde el Palacio Anchorena a la Basílica.
Uno de los Padres de la Congregación del Santísimo Sacramento desmiente esta historia fundamentando que la señora Mercedes murió en 1920 y el edificio fue construido en 1936. Sin embargo, para el encargado de la parte de servicio del Kavanagh, “el mito es real”, aunque su versión difiera en algunos detalles con respecto a la anterior: supuestamente Corina habría sido hija de una mucama que se casó con Kavanagh, persona adinerada de la que heredó la fortuna tras su muerte. La muchacha, al no poder unirse al círculo aristocrático porque Mercedes no aceptaba su origen, hizo construir el edificio. Fantasía o realidad, el Kavanagh recibió diferentes premios internacionales, fue la primera construcción en Argentina con aire acondicionado y la más alta en Sudamérica.

Los cuatro monumentos, que enfrentan a dos familias y a dos países, mitifican los alrededores de la Plaza General San Martín y, tal vez, de ahora en adelante, haya alguna excusa para detenerse a mirarlos e impedir que sean, como dice el escritor argentino Jorge Luis Borges, “casi invisibles de habituales”.

Nota realizada en 2007.

viernes, 8 de mayo de 2009

Entrevista al escritor Luis Gusmán

El fútbol, impregnado estos días en todos los ámbitos de la vida cotidiana, incita a algunos medios a volver sobre la relación que este deporte mantiene con la literatura y que, a la manera de un partido, supone el enfrentamiento de dos equipos contrarios. Para uno de ellos, la reconciliación resulta imposible mientras que del otro lado de la cancha “el goleador es siempre el mejor poeta del año”. Quizás sea porque tanto en la vida como en la escritura de Luis Gusmán todo parece ser doble que su comienzo como escritor está influenciado por un bibliotecario del club Racing.

Narrador y ensayista, escritor y psicoanalista, Gusmán (Buenos Aires, 1944) pertenece a la “generación marginalista” que comenzó a publicar en la década del `70. Quizás sus relatos, que siguen la estructura del iceberg de Piglia, con la historia que no se ve, resulten de ese contexto hostil en el que el autor escribía entrelíneas. El cruce de su biografía y su escritura es, entonces, inevitable. El doble vuelve a aparecer.

Para Gusmán la literatura “está tomada muy desde el procedimiento literario y ha dejado de lado la ética y la cuestión sentimental”. Por eso, mientras que la primera etapa de su producción se centra en la importancia de la escritura, en la estética del lenguaje, la segunda hace hincapié en la trama, generadora de intriga, sin descuidar el estilo. Los personajes reproducen el drama a través de sus valores. Se trata de “construir seres autónomos y confiar menos en la escritura, en la fascinación de las propias palabras”.

El énfasis puesto en los valores, la biografía atravesando la escritura y un uso recurrente de citas dejan entrever en este autor una notoria influencia borgeana, escritor que, paradójicamente, nunca pudo conciliar al fútbol con la literatura.

Nota realizada en 2006.